lunes, 16 de junio de 2008

La dialéctica amo-esclavo en nuestro tiempo...

A veces cuado me siento solo, me dirijo a cualquier terraza de bar, pido un té y contemplo largamente el trabajo del camarero. Siento especial afinidad con los integrantes de este oficio, son los humanos más parecidos a los pingüinos. Los camareros como nosotros, incorporan esta mezcolanza de dignidad y humillación.

Van vestidos de un modo aparentemente elegante: pantalones de pinza, chaleco y pajarita. Este traje denota cierta distinción y, a la vez, servilismo.
El camarero sabe que su trabajo consiste en estar a merced de los antojos ajenos. Es un esclavo del deseo de los otros. Esto reproduce una conciencia desgraciada, un jeringazo de baja autoestima, que combate con un porte y un hacer altivos.
El camarero combate su esclavitud recordándole al cliente que él –el camarero- y sólo él decide, si y cuando ,los antojos del cliente serán saciados. Hay muchas técnicas de humillación destinadas a conseguir que el cliente tome conciencia del carácter frágil de su deseo:
1-Hacer caso omiso de las voces y los gestos del cliente,
2-Servir las bebidas con gesto rudo,
3-Guiñarle un ojo a la pareja del cliente o
4-Simplemente decir “de esto ya no tenemos”.

Cualquiera que se siente reflexivamente en un bar podrá contemplar un elenco más elevado de técnicas de humillación. El grado de maestría y profesionalidad de un camarero consiste precisamente en pulir y agrandar el muestrario de ataques y desdenes.
Quizás algún día tengáis la suerte de contemplar un espectáculo bélico de primera magnitud. El duelo entre un camarero en calidad de cliente contra un compañero de profesión. ¡Es para perder las plumas!

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