El otro día topé con un comentario que me hizo cavilar. En un programa sobre literatura, un entrevistador alababa "el excelente humanismo del invitado". Este atributo me inquietó. En el modo en que lo utilizaba se daba a entender que el invitado era una persona que poseía gran cultura porqué amaba al ser humano. Parecía así que nos encontrábamos ante un filántropo con todas las de la ley. Pero éste no es realmente el caso.
El humanista es aquél que ama al ser humano. Esto poca gente lo discutirá, lo que no esta tan claro es el concepto de ser humano al que el neologismo “humanista” refiere. El ser humano en que piensan estos discursos es ni más ni menos que un hombre perfecto, con gran sensibilidad, estudios e impecable moralidad. Un humanista es un ser humano entrenado que niega su carácter de ser deseante.
Si aceptamos esta definición me atrevería a afirmar que no hay ningún humanista real, puesto que esta definición se sustenta en una imagen utópica y muy restringida del hombre.
Un humanista niega o minusvalora aquellos momentos miserables que quedan sumergidos en lo profundo de la conciencia. Emociones inconfesables con las que lidiamos cotidianamente: el odio extremo que nos despiertan ciertos personajes, envidia mal sana ante la suerte del amigo, sueños infantiles donde somos deseados por todo el mundo, situaciones sociales ficticias donde damos muestras de un poder abrasador…. En el interior de la vida emotiva de todo humano afloran y son negados estos sentimientos miserables a favor de un código moral.
La moralidad no es nada más que la internalización de una ley social muy útil para la convivencia y el orden. Quien actúa moralmente reprime las bajas pasiones que inevitablemente conforman su ser. Esto no es malo, pero es falso pensar que por ser moral uno deja de tener una dimensión ruin.
El sustrato miserable del hombre es lo que niega el concepto de ser humano. El humanista desea que estas pequeñas mezquindades sean totalmente erradicadas. Como un autentico fascista, el humanista quiere encauzar a todos los hombres en el patrón del ser humano. El humanismo es un sueño dónde todo el mundo sabe latín, reprime sus impulsos componiendo sonetos, a la vez que es crítico artístico y un competente conocedor de la teoría de las supercuerdas.
Ante el desprecio por estas altas cuestiones de la muchedumbre, la vanidad del humanista se irrita en extremo pues supone una elevada pérdida de fans potenciales. Ante la concupiscencia y atolondramiento de la masa, el humanista actúa con condescendencia que es, ni más ni menos, que el odio sádico de un espíritu refinado. Por eso sería apropiado decir que la misantropía es la otra cara de la moneda del humanismo.
jueves, 24 de julio de 2008
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