A menudo, cuando quiero aislarme, me dirijo a la piscina que tengo al lado de casa para bucear un rato. Así, por un momento, me parece nadar de nuevo en el azul de los mares del Antártida, con la pequeña ventaja de estar libres de tiburones, orcas y focas malignas. A lo largo del tiempo, escuchando las conversaciones de la gente en los vestuarios, he articulado un par de observaciones de lo más inquietantes.
La primera, de tipo anecdótico, es que los hombres cuando conversan con otros mientras se desnudan nunca hablan de mujeres ni de sexo. Algo curioso, si tenemos en cuenta que en otros escenarios, el sexo es el primer tema de conversación por delante del fútbol, del trabajo y de los automóviles.
La segunda observación que querría analizar aquí guarda relación con una expresión frecuentemente usada en las conversaciones. Déjenme relatar la situación. En el vestuario, dos hombres estaban hablando sobre la derrota de su equipo de fútbol y dieron como explicación del suceso, no el azar, sino “la falta de lógica” de la alineación elegida por el entrenador. Este uso del término “lógica” me llamó la atención y posteriormente pude comprobar que se aplica en cualquier ámbito de la realidad (trabajo, política, supermercado, circulación, etc.) ya sea en su forma negativa, más arriba señalada, o como corolario apuntalador de una enunciación según el cual lo dicho “¡es de lógica!”. Hay aquí un uso incorrecto del término “lógica” que, temo, enmascara unos presupuestos de perniciosas consecuencias tanto a nivel práctico como epistemológico.
Si uno mira en un diccionario cualquiera y busca la definición de “lógica” encontrará que ésta es una disciplina formal que determina las estructuras válidas de los razonamientos haciendo abstracción del contenido de estos. La lógica entonces es una condición que cualquier argumentación verdadera ha de cumplir, pero en ningún caso es garante único de su verdad. Hablando en filosófico: es una condición necesaria pero no suficiente para la verdad de un enunciado.
Se pueden argumentar muchas cosas que sean lógicamente correctas pero cuya verdad dependa de otros factores. Permítanme un ejemplo de carácter lúdico extraído a partir de la situación más arriba comentada respecto a la supresión del sexo como tema de conversación en el vestuario. Este podríamos explicarlo de los siguientes dos modos.
P1: Los hombres heterosexuales, si están estimulados entonces hablan en términos de sexo sobre mujeres.
P2: Los hombres heterosexuales si ven a mujeres entonces se estimulan.
P3: En un vestuario sólo hay hombres desnudos.
Conclusión, en el vestuario los hombres heterosexuales no hablan en términos de sexo sobre mujeres
Podríamos ahora hacer otra argumentación con la misma conclusión.
P1: Los hombres homosexuales si están estimulados entonces hablan en términos de sexo sobre hombres.
P2: Los hombres homosexuales si ven a mujeres entonces no se estimulan.
P3:En el vestuario sólo hay hombres desnudos.
P4:Los hombres homosexuales se estimulan en el vestuario.
Conclusión, en el vestuario los hombres homosexuales no hablan en términos de sexo sobre mujeres.
Tenemos en estos casos unas estructuras argumentativas con presupuestos diferentes que llevan a la misma conclusión.
Incluso podríamos variar un silogismo maliciosamente para poder dar con otra explicación del silencio de los hombres respeto al tema del sexo en el vestuario:
P1: Los hombres heterosexuales, si hablan en términos de sexo sobre mujeres entonces se estimulan.
P2: Los hombres homosexuales si ven a hombres desnudos se estimulan.
P3: En los vestuarios sólo hay hombres desnudos.
P4: Si alguien se estimula en el vestuario es homosexual.
Conclusión Si un heterosexual habla en términos sexuales de mujeres en el vestuario entonces es homosexual.
En efecto en este caso sería una conciencia homofóbica la que empuja a los pobres heterosexuales al silencio por miedo a ser considerados homosexuales.
Al margen de las hipotéticas pretensiones de verdad de estas afirmaciones, tenemos aquí unos ejemplos que muestran que la lógica no es suficiente para aceptar las afirmaciones ni acatar cierto pensamiento. Cabría también a este respecto recordar la figura de la “antinomia”. Esta aparece cuando dos razonamientos lógicamente correctos tienen conclusiones que se contradicen entre sí. Este es un fenómeno frecuente que no denota un mal pensamiento sino la insuficiencia de la lógica para todo acto especulativo.
Con todos estos juegos podemos vislumbrar intuitivamente porqué la lógica no garantiza encontrar las premisas correctas ni modos acertados de interpretar los hechos: la lógica regula solo el modo correcto de interrelacionar los enunciados manteniéndose al margen de la verdad de estos. En efecto, quién quiera encontrar enunciados verdaderos en el mundo tendrá que centrarse en el modo como se semantiza el material de las percepciones y contrastar modelos interpretativos que las teorías proponen para, posteriormente, ensayar relaciones según una estructura argumentativa sólida.
Volvamos ahora a la escena dónde el macho alfa se seca con su toalla mientras comenta con su compañero beta la ilógica alienación que el entrenador eligió para el pasado partido. Hay razones suficientes para pensar que alguien que trabaja profesionalmente organizando equipos, tácticas y alineaciones ha actuado sin lógica? Esto es, que no es capaz de argumentar el porqué ha tomada cierta decisión? No será más bien que el macho alfa no puede, o no quiere, comprender la posibilidad de estrategias y representaciones mentales más allá de la propia? En efecto, cuando éste ente viril de torso peludo y voz grave critica la estrategia del entrenador, no ataca contra una inconsistencia estructural de la relación de las premisas y la conclusión, sino la incompatibilidad de la diferencia entre su pensamiento y el del entrenador. A la vez que niega la validez del pensamiento ajeno acusándolo de “carente de lógica”.
Lo que sucede aquí es que se confunde lógica con pensamiento y esto es un error puesto que son dos actividades muy diferentes; aunque guardan una estrecha relación entre ellas. Mientras que el pensamiento es una actividad destinada a hacer representaciones del mundo, la lógica regularía modos silogísticos de articular estas representaciones o, en sus más recientes formas, de traducirlas a un sistema de símbolos abstractos.
Cuando identificamos pensamiento con lógica estamos reduciendo a ambos, asumiendo a la vez que sólo hay una lógica y un único modo de pensar. Suposición que casa muy mal con el relativismo educado profesado por todos los ciudadanos de la posmodernidad liberal. Paradójicamente, estos dos discursos suelen mezclarse en una sola persona: “Cada uno tiene su verdad, pero la del otro no tiene lógica”.
Aunque todos nos digamos relativistas con el fin de parecer respetuoso con los exabruptos ajenos, pocos hay que puedan asumir una postura así, ya sea porque en nuestra conciencia hay programadas estructuras totalitarias resultado de la gramática o de una larga tradición histórica de tribalismo, ya sea porqué pocos pueden tener el valor de sustentar sus vida, creencias o acciones en la indigencia y la arbitrariedad.
Uno puede contraargumentar a esto que estamos exigiendo una noción de lógica demasiado estrecha y, apelando a la pragmática, aducir que el significado de las palabras viene dado por el uso cotidiano del lenguaje. Podríamos incluso apelar al filosofo Hans Georg Gadamer, quien en algún lugar advierte a los filósofos de censurar el uso que los comentaristas deportivos hacen de los términos como “trascendente” o “trascendental” para decir “de gran importancia”, arguyendo que en este caso se impone un juego de lenguaje propio de una disciplina al hablar cotidiano. En efecto, los que han estudiado un poco de filosofía no pueden escuchar una retransmisión deportiva sin ruborizarse puesto que los filósofos utilizan “trascendente” para designar aquello que está más allá de la materia o de la percepción, “trascendental” para designar “las condiciones de la posibilidad del conocimiento” y “ de gran importancia” para decir que algo es de gran importancia.
Hay que reconocer pero, que si uno busca en el diccionario estas palabras podrá observar que los términos como por ejemplo “trascendental” mantienen todas las acepciones; tanto las especializadas como las de lenguaje ordinario. Pero por el contrario, no sucede lo mismo con la lógica. La lógica es en todo diccionario la disciplina que regula la correcta construcción de los razonamientos y es bueno que mantengamos esta definición en lugar de la que se está abriendo paso en el habla común según la cual “ de lógica” es lo que se tiene que aceptar como verdadero.
Si mantenemos entonces la definición de lógica y no la reducimos a un mero gesto de unilateralidad intolerante, estaremos en condiciones de asumir que toda posición puede argumentarse y defenderse lógicamente. Vivir bajo este supuesto puede ciertamente parecer inestable, vertiginoso e incluso frívolo pero es también un buen ejercicio de contención con el que poner freno a los idiosnicráticos impulsos totalitarios con el que toda subjetividad se erige en el mundo.
Quién sabe si aprender a equivocarse es un buen modo para aprehender la realidad que nos rodea.